La UCM se marca como objetivo ser una universidad inclusiva con las personas con discapacidad, aumentando los porcentajes de personas con discapacidad que trabajan en la universidad y facilitando que puedan desarrollar su carrera profesional en igualdad de oportunidades.
La Universidad Complutense ha querido
celebrar este año el Día Internacional de las Personas con Discapacidad dedicando
su mirada al Personal Docente e Investigador y al Personal de Administración y
Servicios. No son muchos los profesores y PAS con discapacidad que
trabajan en la UCM ni tampoco en las universidades españolas en
su conjunto. Apenas son un 0,4 por ciento del personal funcionario o contratado
por las universidades españolas, lejos del 2 por ciento que marca la
legislación como objetivo mínimo.
Aumentar ese porcentaje, pero sobre
todo facilitar y, en la medida de lo posible, garantizar que los
que están y los que lleguen puedan desarrollar todas sus competencias en
igualdad de oportunidades, es el objetivo que se marca la UCM en este
3 de diciembre. “Queremos ser una universidad excelente por
inclusiva”, enfatiza Mercedes García, delegada del rector
para la Diversidad e Inclusión.
La Delegación para la
Diversidad e Inclusión y el Consejo Social de la UCM organizaron
el miércoles 1 de diciembre una jornada para debatir sobre los
retos de inclusión laboral y social en la Universidad. Su plato
fuerte era escuchar en primera persona las experiencias de profesores y PAS
actualmente contratados en la UCM. Como señaló la propia Mercedes
García, en las conclusiones que hizo de la jornada, no se trataba solo de
escuchar agradecimientos, sino sobre todo conocer lo mucho que a
la UCM le queda aún por progresar.
Existen, como los denominó la
delegada, “macroproblemas”, derivados en unos casos
por normas existentes y en otros, paradójicamente, por la
inexistencia de normas que solucionen de manera general las
situaciones que ahora se revierten de manera individual dependiendo de la
voluntad o comprensión de cada Departamento. Y también hay “problemas
micro”, aunque no menos importantes, porque, de hecho, son los
que se encuentran en su día a día cada una de estas personas.
La Complutense, como indica Mercedes García, y después refrendó el rector
Joaquín Goyache en la clausura de la Jornada, trabaja
cada día para avanzar en la solución de ambos tipos de problemas.
A veces basta con buena voluntad, con compañerismo, con
solidaridad; en otras es más complejo, ya que implica desde cambiar
normativas a nivel estatal hasta realizar
inversiones no fáciles de acometer. “Las soluciones
llegan más despacio de lo que quisiéramos. Solo para poner en orden
nuestros edificios, no digo ya ponerlos bonitos, necesitaríamos 1.000 millones.
Pero poco a poco, estad seguros, de que lo iremos haciendo”,
se comprometió el rector.
La Jornada permitió escuchar
a cuatro docentes y a otros tantos integrantes del personal de administración y
servicios. La primera fue Sara Castro, auxiliar
administrativa en Informática desde que hace dos años aprobó su
oposición. Sara se desplaza en silla de ruedas, por lo
que la accesibilidad para ella es algo innegociable. Según explicó, al sacar
uno de los primeros puestos en la oposición tuvo la oportunidad de elegir
destino. Visitó todos los centros complutenses hasta que se
decantó por Informática por su accesibilidad tanto dentro como fuera del
edificio. Allí también su trato con compañeros y superiores es
“genial”. Desde el inicio de la pandemia teletrabaja desde su casa y
gracias a la Facultad no ha tenido que volver a la presencialidad. Considera
que la pandemia ha demostrado que para muchos puestos de trabajo
el teletrabajo es una fantástica opción. En su caso evita la parte más
costosa para ella en su día a día, como era el traslado hasta la Facultad, y
además la ayuda a conciliar con su vida personal, ya que
hace un año que fue madre, “e incluso a nivel medioambiental es una opción a
tener muy en cuenta. Estoy encantada con la UCM. Feliz
día de la discapacidad a todos”, concluyó Sara.
La experiencia de Álvaro
Gómez también está siendo positiva. Él sufre una enfermedad
degenerativa que le afecta la visión, pero que no le impide
desarrollar su trabajo en el Servicio de Coordinación y Protocolo.
Afirma que cuenta con la ayuda de la institución y de sus compañeros y que
nunca habría imaginado ese incomparable “componente humano que
tiene la Universidad”. Y aunque considera que la Complutense hace en estos
temas las cosas muy bien, cree que en algunos aspectos sí se
podría mejorar. Señala como ejemplo los procesos de promoción
interna, que para una persona con discapacidad suponen un salto al
vacío al no saber si el nuevo puesto conllevará algún problema de adaptación.
Álvaro cree que en lugar de como ocurre ahora, que se adapta el puesto a la
persona una vez esta se incorpora, lo idóneo sería publicar una
especie de catálogo de puestos adaptados para cada discapacidad o
diversidad.
Bartolomé Ros, Barto, es técnico
auxiliar en servicios generales en el Pabellón de Gobierno. Hace ya
unos meses que se incorporó, pero dice que cada día sigue sintiendo que le ha
tocado la lotería. Barto, quien tiene una discapacidad intelectual,
agradece a sus compañeros lo fácil que le ponen todo y las sonrisas con que
siempre le tratan. “Animo a todas las personas a estudiar oposiciones
para trabajar en la Complutense. Es la mejor universidad de Madrid”.
Mucho más tiempo que Barto lleva Isabel
Gutiérrez en la UCM; ni más ni menos que 20 años. Trabaja
en los servicios centrales de la Biblioteca. Su ceguera total no es obstáculo
para dedicarse a la gestión de recursos electrónicos y su adquisición.
Según explica, realiza su trabajo con gran autonomía gracias a la adaptación
que tiene su ordenador, aunque en los últimos meses ha comenzado a tener más
problemas. Las firmas digitales, generalizadas con la pandemia, no
dejan visualizar texto del documento, y tiene que solicitar a sus
compañeros que le indiquen datos que necesita, y que ahora sus aplicaciones
adaptadas no consiguen “leer”. Reconoce Isabel que en las dos
décadas que lleva trabajando en la universidad se ha producido un cambio
“bestial” en todo lo referente a la discapacidad, sobre todo en
temas de accesibilidad arquitectónica, “aunque queda mucho por hacer”.
También queda por hacer en otro aspecto que a ella le preocupa sobre manera.
Isabel acude cada día a la universidad acompañada por su perro guía, al que
todos quieren. “Es el rey de la universidad”, afirma con una sonrisa. Pero
desde hace tiempo, sobre todo tras los fines de semana, Isabel
tiene miedo a que su perro se haga daño o se corte con los restos del botellón.
“El Rectorado tiene que implicarse más en este tema”, reclama, a la vez que
también pide que se avance más en una normativa que facilite el
teletrabajo, sobre todo en puestos como el suyo en los que no es
necesaria la presencialidad y, además, la evitaría desplazarse cada día, con lo
que supone para ella. Pese a sus reclamaciones, Isabel concluye animando a la
Delegación y a la Oficina de Inclusión de las Personas con Diversidad (OIPD),
que “sigan en la misma línea. Se está haciendo un buen trabajo”.
Aunque no intervino en la jornada por
falta de tiempo, en la sala de juntas del Pabellón de Gobierno, donde se
celebró la jornada, también estuvo Daniel Ayora Estevan,
quien en la actualidad está contratado como investigador
predoctoral en el Departamento de Filología Clásica. “Mi visión es la
de quien está empezando ahora en la investigación, con la
finalidad de conseguir ser PDI y todos los problemas que ello conlleva”,
avanza Daniel, quien apenas tiene un resto visual. Esa deficiencia, como él
explica, le supone que a la hora de leer una página de cualquier
texto emplee tres o cuatro veces más tiempo que quien no tiene problemas de
visión. Este tipo de situaciones no son muchas veces tenidas en
cuenta, y a Daniel se le exige entregar los trabajos en el mismo plazo que a
cualquier otro de sus compañeros. Conseguir adaptaciones no
siempre es fácil y, como poco, van precedidas de largas explicaciones por su
parte. Su experiencia personal la ha transmitido en forma de informe a
la OIPD para tratar de facilitar que otros estudiantes puedan seguir su camino.
Daniel, no obstante, está satisfecho de la respuesta que le está dando la
universidad y con la intermediación de la Delegación ha conseguido
que se le prorrogue el contrato de investigador. “Los casos concretos
se pueden solucionar, como me ha pasado a mí, pero creo que se
deberían tipificar para dar soluciones a gran escala”, concluye
Daniel.
Como señaló en una de las mesas que
completaron la Jornada, Carlos Álvarez Jiménez, vicepresidente
de la Fundación Derecho y Discapacidad, dos tercios de las
discapacidades son sobrevenidas. “Nadie estamos libres de que nos suceda”.
A José Luis Gutiérrez, profesor de Escultura de la Facultad de
Bellas, le diagnosticaron hace ya aproximadamente dos décadas esclerosis
múltiple, que se tradujo hace ya también bastante tiempo en un grado
de minusvalía del 86 por ciento. Gutiérrez nunca se ha amilanado, y de
hecho fue el primer coordinador del programa para estudiantes con
discapacidad de su Facultad. Recuerda que luchó mucho para conseguir
mejoras que en ocasiones sí fueron costosas en términos económicos, pero otras
apenas suponían pequeños esfuerzos, lo que causaba su enfado. A día de
hoy, el profesor Gutiérrez sigue ejerciendo la docencia, algo que agradece a su
Universidad, y pese a que cada día “soy un poco más dependiente,
mi intención es seguir ejerciendo hasta que llegue a la jubilación”.
El profesor de la Facultad de
Ciencias Biológicas Antonio Liras también sufre problemas
de movilidad motriz. “Creo pertenecer al grupo de
personas que luchamos cada día por la inclusión. Tengo una experiencia amplia y
una visión retrospectiva y realista”, señala a modo de preámbulo. Liras
reconoce que en una década se ha avanzado mucho. “Ahora, aunque parezca una
tontería, podemos acceder a las Facultades, pero aún quedan flecos por
mejorar”. Entre estos se detiene en que, “según mi experiencia” las
“normas en algunos Departamentos priman y están por encima de los derechos de
las personas. Las normas a veces van en contra de la propia inclusión,
pero todos debemos intentar hacerlas flexibles. Los órganos de gobierno se
deben sensibilizar todavía más. Aparte de hacer accesibles los lugares, hay
que tener en cuenta las circunstancias especiales y el esfuerzo de las personas
con discapacidad […] Mi conclusión es que queda
mucho por hacer y además que ya toca”.
La discalculia es,
según explica Silvia Nieva, profesora de Logopedia de la Facultad
de Psicología, un trastorno de aprendizaje que muchas personas sufren
sin ni siquiera saberlo. Ella era una de esas personas. Siempre
se le habían dado mal las matemáticas, pero quizá por la aceptación social que
hay sobre ello, no le había dado demasiado importancia. “Todo lo demás
se me daba bien”, recuerda. Fue hace poco tiempo cuando realizando un Máster en
Metodología con el que quería mejorar sus conocimientos en Estadística, se dio
cuenta de que lo suyo no era “normal”. Era capaz de entender conceptos
complejos, pero no reglas matemáticas básicas, como que un número par es un
número que dividido entre dos tiene resto cero. Esta discalculia que
finalmente puso nombre a lo que le pasaba, lo cierto es que afectaba de manera
tremenda a su día a día, en especial al tiempo que dedica a hacer cada
cosa. Con el apoyo de la OIPD se está enfrentando a su
trastorno, "aunque aún queda mucho para que las personas con
dificultades de aprendizaje tengan los apoyos institucionales necesarios para
tener igualdad de oportunidades en la carrera académica”
La última experiencia la cuenta María
Belén Rey, profesora de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales,
quien sufre una enfermedad degenerativa y una discapacidad superior al
50%. Su relato sitúa a quienes la escuchan en su dolor, el que
lleva soportando desde hace 17 años y que le ha hecho pasar por
el quirófano tantas veces que ya ni las cuenta. Explica que su dolor de espalda
la ha acompañado dando clase. “Acababa y casi me desmayaba”. Pese
a ello no consiguió que su Departamento le rebajara la carga
docente y la dedicara a tareas más aptas para ella como la
dirección de TFGs o tutorías de prácticas en empresas. Tuvo que esperar a
la intervención de los sindicatos y de Prevención de Riesgos
Laborales, y un “informe muy completo” para que la situación mejorara,
aunque siempre “en mínimos”. La profesora Rey explica que su dura experiencia
demuestra que “con solo la buena voluntad no se consigue, porque
no en todos los sitios hay esa buena voluntad. Igual que hay personas
que pueden soportar esta presión diaria de pensar que no llegas a todo, a otros
nos cuesta mucho. Necesitamos soporte institucional con una serie de normas
elementales. Nos están diciendo a personas con discapacidad que
tenemos que correr el Iron Man…”, concluye.
Como se puede ver, la mayoría de los
intervinientes coinciden en la necesidad de que los apoyos y
ayudas que ellos han tenido o alcanzado, se generalicen contemplándose
en las normativas. Son lo que se ha convenido en llamar “ajustes
razonables”. En opinión de Carlos Álvarez Jiménez, el vicepresidente
de la Fundación Derecho y Discapacidad, defensor de su inclusión, “los
ajustes razonables son un puente para disfrutar los derechos. No son lujos. Son
una necesidad vital”. Álvarez se muestra optimista con su consecución,
sobre todo por el crecimiento de la sensibilidad social en estos temas, aunque
recuerda que el ajuste razonable, no obstante, no es llegar a la situación
ideal, sino a la que a día de hoy es viable o alcanzable.
Celeste Asensi, directora de la
Unidad para la Integración de Personas con Discapacidad en la Universidad de
Valencia, explicó en su intervención -en la que, moderada por la
gerente de la UCM, Lourdes Fernández, compartió mesa con Carlos
Álvarez- la evolución que allí han seguido desde 2008, año
en el que se creó un programa para tratar de dar respuesta a las situaciones
que vivían el PAS y el PDI con discapacidad, “y que dejara
de parecer que tenían que mendigar el apoyo”. Aquel programa contenía
una serie de acciones positivas para trabajadores
con discapacidades superiores al 33 % para que pudieran realizar su trabajo de
forma “digna, humana”. Uno de los resultados de la puesta en marcha del
programa es que muchas personas que hasta ese momento preferían
que no se conociera su situación, la compartieron con la Unidad y fueron
evaluadas sus necesidades. El siguiente paso fue la aprobación en 2013
de un reglamento de medidas para la integración del PDI,
que se va periódicamente modificando. Las ayudas son bien de índole
económico -como la compra de materiales de apoyo adaptados, la
contratación de personal de apoyo o, por ejemplo, para docentes que inician su
carrera, ayudas para estancias en el extranjero- o de reducciones
de carga lectiva y, sobre todo, adaptaciones de sus
cometidos.
Isabel Martínez Lozano, directora
de Programas con Universidades de la Fundación ONCE, quien pronunció
la última conferencia de la jornada, explicó que tanto desde su institución
como desde otras asociaciones están trabajando con las universidades y la Aneca
para crear un sello de calidad de inclusión, como valor de
excelencia, y que, entre otras aplicaciones, permitirá
conocer a estudiantes y también a profesores y trabajadores qué universidades
son más garantistas con los derechos de las personas con discapacidad y,
por tanto, las que mejor les van a acoger. A día de hoy, según indicó Carmen
Márquez, de la Universidad Autónoma y primera ponente de la
jornada, no son más de cinco las universidades españolas que
tienen buenas prácticas con PDI con discapacidad.
Tanto Mercedes García,
como la gerente Lourdes Fernández y posteriormente
el rector Joaquín Goyache, en el acto de clausura de la
jornada -en el que también intervinieron el presidente del Consejo
Social de la UCM, Jesús Nuño de la Rosa, y la consejera
de Familia, Juventud y Política Social de la Comunidad de Madrid, Concepción
Dancausa- coincidieron en que la Complutense debe ser
ejemplo en el apoyo e inclusión de las personas con discapacidad.
Hacen falta más recursos, como solicitó la delegada, y
también ayudas públicas, como reclamó la gerente, pero
sobra, como subrayó el rector, apoyo y compromiso institucional.
“Estamos avanzando, no tan deprisa como quisiéramos, pero somos sabedores de
que este es un proceso continuo, en el que tenemos que trabajar
día a día y no dormirnos en los laureles”, concluyó el rector.
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